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La crisis climática nos enfrenta a uno de los grandes retos de nuestro tiempo: la necesidad urgente de descarbonizar la economía global para cumplir con los objetivos del Acuerdo de París. En este contexto, el hidrógeno y la inteligencia artificial (IA) están emergiendo como pilares fundamentales en el camino hacia un futuro más sostenible. Sin embargo, para maximizar su impacto, es crucial superar los desafíos actuales y enfocar los esfuerzos en las áreas que prometen mayor retorno.

El hidrógeno ha pasado a ser una herramienta esencial en la transición hacia una economía sin emisiones de carbono. En los últimos dos años, el número de proyectos de hidrógeno con presupuesto aprobado se ha cuadruplicado, lo que refleja la creciente urgencia por adoptar soluciones energéticas alternativas. No obstante, no todas las aplicaciones de este combustible son igual de viables. A medida que aumentan los costes de producción del hidrógeno bajo en carbono, el foco se ha desplazado hacia industrias de difícil reducción de emisiones, como la industria pesada y el transporte marítimo.

Este ajuste en la estrategia responde a varias razones. En primer lugar, el coste del hidrógeno bajo en carbono ha subido entre un 30% y un 65% en los últimos años[1], provocando una reorientación hacia sectores donde esta fuente de energía impacta de forma más determinante, como la industria siderúrgica, la refinería y la movilidad pesada. En esta estrategia también hay que contar con las normativas, especialmente en la Unión Europea. Los marcos regulatorios impulsan el uso del hidrógeno en sectores donde la electrificación no es una posibilidad.

Además, para la movilidad marítima, donde, tradicionalmente, descarbonizar es una tarea compleja, el hidrógeno supone un recurso prometedor. Su flexibilidad para reemplazar los combustibles fósiles en estos sectores lo convierte en una opción valiosa, siempre que se logre reducir los costes de producción a niveles más competitivos. Si bien no es una solución universal, el hidrógeno tiene un papel protagonista en nichos estratégicos donde otras tecnologías no pueden cumplir con los requisitos energéticos.

Las infinitas soluciones de la IA

Por otro lado, la inteligencia artificial (IA) ha demostrado un enorme potencial para acelerar la transición energética. Su adopción ha estado limitada hasta la fecha debido a la falta de especialistas en la materia y un enfoque excesivo en pruebas de concepto a corto plazo. A pesar de estos inconvenientes, se espera que la combinación de IA con modelos de lenguaje de gran escala (LLM) e IA generativa se convierta en un catalizador trascendental en la optimización de sistemas energéticos complejos.

De hecho, los expertos ya hablan de su capacidad a la hora de revolucionar áreas clave como el descubrimiento de combustibles electrónicos, el diseño de baterías avanzadas y la mejora de la eficiencia de las redes eléctricas; sin dejar de lado su valor para procesar grandes volúmenes de datos y ofrecer soluciones basadas en inteligencia predictiva, lo que provocará una toma de decisiones más informadas, mejorando significativamente la eficiencia energética.

Asimismo, la incidencia de la IA como acelerador de la innovación en biología sintética ya se están notando, pues es un campo en el que se están desarrollando combustibles “bioingenierizados” para reducir las emisiones de carbono. Los resultados tendrán implicaciones significativas y nos permitirían acotar nuestra dependencia de los combustibles fósiles.

En definitiva, tanto el hidrógeno como la inteligencia artificial contribuyen de manera destacada a la descarbonización. El hidrógeno, aunque limitado actualmente a sectores específicos, sigue siendo una opción imprescindible para industrias difíciles de electrificar. La inteligencia artificial, por su parte, garantiza herramientas poderosas para optimizar procesos y acelerar innovaciones tecnológicas. Sin lugar a dudas, el éxito de ambas dependerá de la capacidad para superar los desafíos que enfrentan, como la reducción de costes o la normativa, en el caso del hidrógeno; y la falta de habilidades y visión a largo plazo cuando se trata de la IA. Acelerar su implementación será de vital importancia si queremos cumplir con los objetivos climáticos globales.


[1] Datos obtenidos del 26ª edición del informe anual “Observatorio Mundial de los Mercados de la Energía”, elaborado por Capgemini en colaboración con Hogan Lovells, Vaasa ETT y Enerdata.

Ana Mosquera es vicepresidenta y responsable sector energía, telecomunicación y media de Capgemini España

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